ÁNGELES SIN ALAS
Llegan sin ruido, suaves como el viento,
con ojos que abrazan y escuchan el silencio.
No piden nada, no exigen promesas,
solo dan amor… en dosis inmensas.
Ingenuos de nosotros que creemos escogerlos,
les ofrecemos comida y abrigo,
pero son ellos quienes trazan el camino.
Nos eligen con alma, nos miran por dentro,
detectan heridas que aún no comprendemos.
Guardan secretos de luz en su pecho,
curan con gestos, con juegos y hechos.
Duermen a nuestro lado como fieles centinelas,
mientras velan el alma y aquietan las penas.
No entienden de enojos, no conocen el rencor,
perdonan siempre, y nos aman mejor.
Son el ejemplo de lo más divino,
son amor sin condiciones, puro y cristalino.
Y cuando se marchan, dejan un vacío inmenso,
un silencio que grita, un dolor tan denso.
Porque al partir, su esencia trasciende,
se vuelven estrellas que el corazón entiende.
No mueren del todo, solo cambian de plano,
siguen con nosotros, nos toman de la mano.
Son ángeles sin alas, enviados de lo eterno,
para enseñarnos que amar… es el único cielo.